Arriba, un presente con forma de cubierta de transatlántico rumbo a Brasil. Abajo, un pasado de espeluznante campo de concentración. En ambos, dos mujeres que intentan escapar de situaciones extremas y abrazar un futuro más humano.
Basada en un relato autobiográfico, Die Passagierin presenta un verdadero terremoto emocional cuyo epicentro es la relación entre dos residentes de Auschwitz en muy distinta situación: una ha sido carcelera; la otra ha sido su presa. Terminada la Segunda Guerra Mundial, aquella emigra con su marido, que desconoce su pasado como oficial de las SS.
Durante el viaje, cree reconocer a la mujer a quien torturó con macabro esmero, y a quien además creía muerta. Pasado y presente se persiguen mutuamente en una ópera de recuerdos y obsesiones que ahonda en uno de los episodios más vergonzosos de la historia de la humanidad.
Su estreno tardaría décadas en llegar, pero el retraso importó poco: Die Passagierin ha iniciado desde entonces una trayectoria imparable. Nada en esta ópera es tan irrepetible, ni tan remoto, como sería deseable.