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Con firma española (Siglo XX)

Las historias del Real - Capítulo 21

La historia del Teatro Real contiene pasajes dignos del libreto de alguna de las grandes óperas que han sido representadas sobre su escenario. Con motivo de la celebración de su Bicentenario, rescatamos, a razón de un artículo por cada programa de mano, algunos de los momentos únicos –desde acontecimientos históricos hasta geniales curiosidades– que se han vivido en esta casa de la ópera.

En el siglo XX se normalizó (es un decir) la presencia de la música española en la programación del Real. Al fin y al cabo, hubo 17 estrenos de óperas españolas en los 25 años que funcionó el teatro. Si no se cuentan los cinco años en que fue empresario José Arana (durante los cuales no tuvo lugar ninguno), sale casi a uno por año. El empresario Arana se ha llevado todas las culpas, pero la verdad es que la programación la decidía, en la sombra, el crítico musical Luis Carmena y Millán, que nos dejó escrita esta joya en la que aparenta dar una opinión imparcial: “Ópera de maestro español no creo que se estrene. Después de haberse representado catorce o dieciséis sin éxito positivo y sin haber quedado como repertorio ni aquí ni en ninguna parte (excepción hecha de Los amantes de Teruel), dudo que la Empresa se decida por ahora a hacer otra tentativa y considero más prudente dejar pasar un lapso de tiempo, a ver si entretanto la inspiración acude de lleno y con más fortuna a nuestros laboriosos compositores”.
 
Antes del mandato de Arana dio tiempo a que Bretón estrenara Raquel en 1900 y Montilla hiciera lo propio con Vendetta Zingaresca en 1902. Luego hay que esperar hasta 1909 para que Juan Lamote de Griñón estrene Hesperia, de la que publicó: “La obra fue concertada y puesta en escena con precipitación, con insuficiencia de elementos y ensayos”.
 
La mayoría de los títulos españoles aguantaba en cartel tres noches. Cuando se llegaba a cinco funciones era una fiesta. Esta precariedad se rompió en febrero de 1909 con el estreno de Margarita, la tornera de Ruperto Chapí con un éxito tremendo. La primera noche Chapí salió a saludar veinte veces y la obra se presentó diez veces, incluidas dos funciones extraordinarias a precios populares. Además, se repuso la temporada siguiente como homenaje al recién fallecido Chapí.
 
Fue algo efímero; el resto de títulos estrenados siguió con la media de tres únicas funciones, con picos de seis y dos representaciones. En el año 1910 se estrenó Colomba de Amadeo Vives, y en 1911 El final de Don Álvaro de Conrado del Campo, en la que se dio la curiosa circunstancia de que el autor tuvo que salir a saludar desde el foso de la orquesta, donde desempeñaba su trabajo de primer viola. Saludó cinco veces, dos de ellas en solitario. Ese triunfo inical no le salvó de la habitual maldición de las tres funciones. Y sigue un goteo de estrenos, con los que los empresarios cumplían la obligación contractual de representar una ópera española, pero sin proporcionar ni tiempo, ni dinero, ni esfuerzo. La solvencia de los autores, a los que hoy consideramos maestros indiscutibles, no les protegió de un sistema en el que empresarios, cantantes, prensa y público se desentendieron del producto nacional.
 
El 1913 Bretón presenta Tabaré. En 1915 Conrado del Campo estrena La tragedia del beso, pero la Primera Guerra Mundial elimina cualquier aproximación a la ópera española. El teatro estuvo a punto de tener que cerrar; “como para dedicarse a florituras”, debieron de pensar las autoridades.
 
Hay que esperar hasta 1919 para que, otra vez, Conrado del Campo suba al escenario del Real con El Avapiés. Luego será el turno de Amadeo Vives, que ofrece dos óperas consecutivas: primero, Maruxa en 1919 y luego, en 1920, Bohemios, convertida en ópera por Conrado del Campo a partir de la anterior zarzuela. Un incansable Conrado del Campo vuelve al escenario del Teatro Real en 1922 con su título Mascarada.
 
En 1923, de nuevo un espejismo: era el tercer año como empresario de José Amézola y se cerraba la temporada con tres estrenos españoles. Vicente Arregui presenta Yolanda, y cuenta Hipólito Lázaro que tuvo un éxito tremendo. Joaquín Turina estrena Jardín de Oriente, y Jesús Guridi da a conocer la ópera Amaya. Pero nunca podremos saber si se trataba de un cambio de ciclo: la siguiente temporada arrancó con el empresario Amézola muerto y con España regida por el directorio militar del general Primo de Rivera. Sólo dos títulos más: en 1924 Fantochines de, cómo no, Conrado del Campo, y en 1925 La Virgen de Mayo de Moreno Torroba. ¿Y de Falla? Nada.