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Una diva: la Patti

Una diva: la Patti
Una diva: la Patti

Las historias del Real - Capítulo 5

La historia del Teatro Real contiene pasajes dignos del libreto de alguna de las grandes óperas que han sido representadas sobre su escenario.

Con motivo de la celebración de su Bicentenario (1818-2018), rescatamos algunos de los momentos únicos -desde acontecimientos históricos hasta geniales curiosidades- que se han vivido en esta casa de la ópera.

En 1863 llegó al Real la diva por excelencia. La cantante que ha conseguido mantenerse en la memoria incluso de aquellos que no son aficionados a la ópera. Adelina Patti cantó en Madrid siendo ya una celebridad. Cobraba 14.000 reales por función. Las noches en que cantaba la Patti el empresario aprovechaba para hacer una subida lineal de precios de 4 reales (con lo que en el paraíso la subida era del 100%). El empresario había solicitado una subida de 8 reales, pero el gobierno no se lo permitió. Según informaron los periódicos, la reventa hizo su agosto: por una butaca llegaron a pagarse 320 reales (16 duros), cuando el precio oficial era de 30 reales. En la última función, en la que la cantante se quedaba por contrato con todos los ingresos de taquilla, la Patti pidió al empresario que eliminara la subida de 4 reales. Generosidad de millonaria.
 
Gutiérrez Gamero la recuerda de esta manera: “Su voz argentina y pura, suave y dulcísima a la par que brillante, así como la facultad de hacer juegos inverosímiles en las notas más altas de su escala, sin fatigarse ni rozar una sola nota, todo ello produjo, primero, la extrañeza de lo inesperado grandioso, y después, el unánime y férvido aplauso”.
 
El verdadero problema se produjo porque la Patti tardó en llegar y además mandó por delante al que más tarde sería su marido: el tenor Ernesto Nicolini. El comienzo de la temporada en el Real había sido malo, sobre todo por la falta de buenos cantantes, y el público estaba mal predispuesto. Los aficionados acudieron con silbatos al teatro y los periódicos señalaron, escandalizados, que los utilizaban incluso cuando la Reina estaba presente.
 
Por lo tanto, eran los cantantes los que acababan recibiendo las protestas del público, cuando el destinatario de las mismas era en realidad el empresario Próspero Bagier, que había intentado ahorrar contratando cantantes de menor nivel. La prensa recogió que en una de esas noches de bronca el tenor Nicolini se puso a llorar como un niño delante de un público vociferante. El gobernador civil suspendió las funciones hasta que se contrataran nuevos cantantes y el teatro estuvo un mes cerrado. Cuando volvió a abrir, el empresario se sacó de la manga (pagando todo lo que esta pidió) a la Patti: triunfo total y todo olvidado.
 
Nicolini tenía una voz estupenda pero era inmaduro y, como actor, resultaba muy torpe. Era guapo y la Patti se enamoró de él en Londres. Ella estaba divorciada, y él dejó a su mujer y a sus hijos. Era una pareja de la que hablaba todo el mundo. El tenor cambió su repertorio por el de la Patti, pero como pareja artística estaban muy desequilibrados y, Nicolini, con el tiempo, empezó a cantar como de mala gana, esforzándose solo en sus momentos de lucimiento y cumpliendo sin más en el resto de la ópera. Su voz era un poco baritonal, cálida, sonora, extensa, brillante en los agudos y muy flexible. En Los hugonotes daba los tres Do bemol agudos del duetto del IV acto dosificando el volumen: el primero en falsete, el segundo a media voz y el tercero a plena voz, con un efecto sorprendente. Pero también era muy fallón.
 
En 1880 la Patti volvió al Real con La traviata, Il barbiere di Sivigia y Lucia di Lammermoor. Seis funciones, dos representaciones de cada título y con un tenor diferente en cada ópera: Nicolini, Stagno y Gayarre. Todas fuera de abono. Se generó una reventa de escándalo y hubo que colocar sillas supletorias. Según la prensa, las funciones fueron enloquecedoras.
 
El 23 de diciembre Gayarre y la Patti cantaban Lucia di Lammermoor. Entre los aficionados pasó a ser recordada como “la gran noche”. Gayarre cantaba ese título por primera vez y pidió dos ensayos a la Patti, que se los negó. Llegado el día de la función se pusieron a competir por ver quién destacaba más en escena. Según Esperanza y Sola: “La Patti no ha perdido nada de aquellas dotes realmente incomparables y únicas. El timbre de su voz es tal, que no se puede dar una idea de él con ninguna clase de comparaciones. Es preciso oírlo. La agilidad de su garganta supera a la de los pájaros, y la seguridad y el buen gusto, aumentados con la práctica y la experiencia, hacen de ella un verdadero prodigio”.