Acto I
En un parque solitario de Roma próximo al Tíber, Cecilio, senador romano proscrito por el dictador Lucio Silla que regresa de incógnito a la ciudad, espera a su amigo Cinna, patricio romano enemigo secreto del dictador.
Cecilio le inquiere sobre la situación de su prometida, Giunia, hija de Cayo Mario, antiguo jefe del partido popular que se había enfrentado al dictador y se entera de que este, enamorado de Giunia, le hace creer que Cecilio está muerto y la retiene en su palacio. Pero Cinna, que prepara un complot de patriotas romanos para destronar a Silla, ha concretado una entrevista entre los dos amantes en la necrópolis cercana. Silla, en su palacio, confía a su hermana Celia y a su amigo tribuno Aufidio su amor por Giunia y su rencor ante la obstinación de la hija de Mario, que se niega a aceptar sus propuestas de matrimonio. Celia considera la violencia una actitud negativa y se ofrece para convencer a Giunia para que acepte a Silla, sobre todo habiendo perdido la esperanza de que Cecilio siga vivo. Aufidio muestra su carácter cruel al incitar a Silla a castigar con dureza a Giunia. En una larga conversación entre Silla y Giunia, esta muestra su orgulloso carácter de mujer romana, hija del gran Mario, fiel a su prometido y dispuesta a morir como respuesta a las amenazas del dictador. Silla, indeciso ante la actitud
que debe tomar, irritado por el desprecio de una «simple» mujer y sensible a la vez a la ternura que le inspira su encanto, decide finalmente actuar con la máxima crueldad y convertirse realmente en un tirano. La acción se traslada a la necrópolis donde Cecilio espera reencontrar a Giunia, que llega con su séquito, el cual la acompaña en el canto de un coro fúnebre de gran intensidad. Cecilio se presenta como respondiendo a la evocación de la
amada. Ella teme que sea un fantasma o una ilusión, pero pronto constata su realidad y el dúo emocionado entre los prometidos concluye el primer acto.
Acto II
En su palacio, Silla declara a Aufidio su decisión de hacer morir a Giunia, que sigue rechazándolo, pero el tribuno le advierte de que la muerte de la hija de Mario daría argumentos a sus enemigos políticos y le aconseja obligar a la joven a casarse con él para sellar la paz en Roma. Silla, de carácter más débil y complicado de lo que puede esperarse en un dictador, acepta esta solución que le evitaría, además, unos remordimientos inevitables. Silla comunica a su hermana Celia –que ha fracasado en el intento de convencer
a Giunia– que ese mismo día convertirá a la hija de Mario en su esposa y también que ordenará que Cinna se case con ella, circunstancia que llena de alegría a Celia, enamorada desde siempre del patricio. Cecilio, a quien se le ha aparecido el espíritu de Mario ordenándole llevar a cabo su venganza, decide ir al encuentro de Silla y darle muerte, pero su amigo Cinna lo detiene con el argumento de que puede causar un mal irreparable a Giunia. Cinna, personaje dominado por la pasión política, queda desconcertado, además, al aparecer Celia, que intenta comunicarle la decisión del dictador de celebrar un doble matrimonio, el de Silla con Giunia y el de ella con el propio Cinna. Giunia, inquieta por la comparecencia a la que le obliga Silla ante el pueblo y el Senado, está dispuesta a resistir, pero se horroriza ante el consejo de Cinna: que ceda al deseo de Silla y que lo asesine en el lecho nupcial. Su sentido del honor no le permitiría jamás tan alta traición. Deja a la voluntad
de los dioses el castigo al tirano y muestra su inquietud ante el ánimo exaltado de su amado Cecilio. Cinna decide, tras la reacción de Giunia, llevar a cabo él mismo el magnicidio. En los jardines del palacio, Aufidio y
Silla preparan la ceremonia ante el Senado. Silla muestra una vez más su carácter contradictorio y cuando aparece Giunia le solicita amorosamente que lo escuche, aunque la hija de Mario se muestra inflexible y dice preferir la muerte antes que amarlo. Cecilio llega dispuesto a dar muerte al tirano e impedir que fuerce a Giunia a un injusto matrimonio y los prometidos mantienen una conmovedora conversación, suplicándole que huya y no ponga en peligro su vida, pues ella sabrá defenderse, convencida de que los dioses la protegerán. Llega Celia con la intención de convencerla para que ceda, ya que ignora que Cecilio se encuentra vivo y en Roma, y siente la alegría de la decisión de su hermano de desposarla con Cinna. Giunia queda sola y se produce un brusco cambio entre la alegría ingenua que Celia ha aportado y la angustia que invade ahora definitivamente su ánimo. El temor a que su amado sea descubierto y condenado la conduce a desear con todo su corazón la muerte. La última escena tiene lugar en el Capitolio. Silla, acompañado por Aufidio y el coro, comunica a los senadores que ha decidido realizar un símbolo de reconciliación política: su unión con la hija de Mario,
su antiguo rival. Los senadores muestran su acuerdo, pero Giunia se rebela, muestra un puñal y amenaza con suicidarse. Entra Cecilio, espada en mano, dispuesto a defender a su amada, con gran sorpresa e indignación de Silla, que lo creía lejos de Roma o muerto. La indignación del tirano aumenta al ver entrar a Cinna también con la espada desenvainada, pero el patricio dice que ha detectado las intenciones criminales de Cecilio y lo ha perseguido para impedir el magnicidio. Silla ordena desarmar a Cecilio y cuando este se resiste, Giunia le suplica que deje el arma, que renuncie por ella a la venganza, que confíe en los dioses. El proscrito, abrumado, obedece. Antes de ordenar conducir a los prometidos a la cárcel, cierra el acto un brillante cruce dialéctico
entre el furor de Silla, la impetuosidad de Cecilio y la majestad digna y amorosa de Giunia.
Acto III
En una lúgubre prisión, Cinna comunica a Cecilio, encadenado, el fracaso del complot contra Silla, pero que no renuncia a cumplirlo y asegura al amigo que los salvará a él y a Giunia. Llega Celia y Cinna le promete que se casará con ella si es capaz de convencer a su hermano Silla de desistir de su cruel actitud. Cecilio queda sorprendido por la entrada de su prometida, que ha logrado que Silla le permita darle el último adiós y que
está decidida a morir a su lado; los enamorados se abrazan con tristeza y amor. Pero al quedar sola, Giunia cree sentir la consumación de la muerte del amado y anhela con pasión morir como él. En una sala del palacio, Silla,
acompañado por Cinna, Celia, los senadores y guardias, preside la gran escena final en la que el tirano abandona la lucha por el poder y muestra su clemencia renunciando a Giunia y devolviendo la libertad a Roma. Silla expone solemnemente al pueblo romano y al Senado el comportamiento de un proscrito, Cecilio, que entró en el Capitolio para intentar asesinar al dictador, y, de forma sorprendente, asume la autoridad que Roma le ha
confiado y ordena que Cecilio viva y sea el esposo de Giunia. Luego da la lista de los proscritos de Roma a los que devuelve la libertad. Observa que Cinna no participa de la felicidad general y este le confiesa que él fue el
alma del complot para derribarlo. Silla vuelve a sorprender ordenando que se convierta en el marido de su hermana Celia y se da por satisfecho con el remordimiento del amigo. La ópera finaliza solemnemente con la abdicación de sus poderes, quitándose el laurel de su frente y devolviendo a la patria la libertad.