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Las historias del Real - Capítulo 25

En la inauguración del Real una entrada para la primera fila de paraíso costaba 8 reales y el resto de las filas 4 reales. En la reventa, hasta 90 reales. En los años finales de la década de los setenta sitúa Benito Pérez Galdós la acción de su novela Miau, en la que hace una descripción del ambiente del paraíso del Teatro Real: «...innumerables personas y aun familias se eternizan en aquellos bancos,  sucediéndose de generación en generación. Estos beneméritos y tenaces dilettanti constituyen la masa del entendido público que otorga y niega el éxito musical, y es archivo crítico de las óperas cantadas desde hace treinta años y de los artistas que en las gloriosas tablas
se suceden».

El principio de la temporada 1864-1865 fue tormentoso: los cantantes principales no estaban en las primeras representaciones, y los que había no gustaron, las funciones se espaciaron y las protestas desde el paraíso fueron tremendas. El diario conservador La Época señala, con escándalo, que el público acude con silbatos al teatro y los usan sin respetar la presencia de la reina. Los platos rotos los pagan los cantantes que son los que reciben unas protestas que deberían ir dirigidas contra el empresario. Una de las noches el tenor Nicolini se puso a «llorar como un niño» frente al público vociferante. Otro buen cronista es Francos Rodríguez: «Estuve en el paraíso del Real la noche en que se presentó el ilustre roncalés (1877), y no recuerdo haber oído nunca mayores, más espontáneas, más ruidosas, más interminables salvas de aplausos. Los bravos resonaron incesantemente, y al concluir la representación, la falange estudiantil, la gente alegre que constituía el grupo más levantisco de los asiduos al paraíso, esperó a Gayarre para que al salir desde el escenario a su casa oyese los postreros aplausos en aquella memorable y gloriosa noche».
 

Francos Rodríguez describe el ambiente que había en el Teatro Real, sobre todo en las localidades altas, durante las actuaciones de los grandes divos: «Gayarre se puso enfermo y Stagno cantó, durante su forzosa ausencia, Aida y Puritanos, pertenecientes al repertorio del primero. Los partidarios del tenor roncalés acusaron al italiano de querer suplantarle. Stagno y sus amigos defendiéronse bravamente de las inculpaciones, pero en el paraíso armamos estruendosos jaleos. ¡Bravo Roberto! ¡Viva Gayarre! ¡Silencio! ¡Alabarderos! ¡Cursis! No llegó nunca la sangre al río. Lo que sí llegó al pináculo fue el Arte, porque los cantantes, enardecidos por la contradicción entre sus respectivos entusiastas, esforzábanse en alardes arrebatadores».