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Steinberg y Decker firman la onírica Die tote Stadt que veremos en el Real.

El Real presenta el 14 de junio Die tote Stadt (La ciudad muerta), obra maestra de Erich Wolfgang Korngold. Esta ópera de tres actos, con libreto de Paul Schott (pseudónimo del propio músico y de su padre) está basada en la novela de Georges Rodenbach Bruges-la-Morte y fue estrenada el 4 de diciembre de 1920 en los teatros de Hamburgo y Colonia. La producción que los espectadores verán ahora en Madrid es una nueva coproducción entre el Festival de Salzburgo y la Staatsoper de Viena, en la que Pinchas Steinberg se encargará de la parte musical y Willy Decker la escénica. Éste último, en colaboración con el escenógrafo y figurinista Wolfgang Gussmann, ha querido reflejar la atmósfera onírica y vaporosa en la que se mueve la acción, oscilante siempre entre vigilia y sueño. Para ello cuenta, además, con las voces de los tenores Klaus Florian Vogt y Burkhard Fritz, quienes se alternarán en el papel del desquiciado pintor protagonista, y las sopranos Manuela Uhl y Solveig Kringelborn para interpretar la terrible dualidad de los personajes de Marie y Marietta.

Die tote Stadt fue la ópera maestra de Erich Wolfgang Korngold, y en la que estuvo trabajando durante varios años antes de su estreno en 1920. Enmarcada en el contexto fantasmal de la ciudad de Brujas, narra la historia del pintor Paul, quien enloquece debido a su obsesión por la muerte tras el fallecimiento de su mujer. La tragedia saldrá de su propia mente trastornada, cuando vuelque el recuerdo que lo persigue y se atormente con la figura de la joven bailarina Marietta, desembocando en el fatal desenlace que unirá los cuerpos de ambas en un mismo destino dramático.

Algunas de las melodías que componen esta ópera forman parte ya de las piezas más conocidas de la historia de la ópera, como es el caso del aria para barítono "Mein Sehnen, mein Wähnen" y el fragmento "Glück das mir verblieb", conocida como Marietta’s Lied (canción de Marietta). Pero el talento del genio que las creó no se detuvo ahí, sino que se tradujo más allá de las propias fronteras geográficas y disciplinares, llegando a convertirse en uno de los compositores más prolíficos de Hollywood. Desde esta distancia fue testigo de cómo la Europa frágil y romántica que había reflejado en Die tote Stadt moría sin remedio, bajo la inhumana y salvaje huella de la Segunda Guerra Mundial y el horror nazi. No obstante, queda para la historia de la música el retrato dulce y ponzoñoso que trazó en su ópera magna, donde la belleza de lo siniestro sugiere los perfiles desdibujados de un universo irreal, que sumerge al espectador en un estado que no sabrá discernir si pertenece al sueño o a la realidad.