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¿Una epidemia, una guerra, una boda?: Función benéfica

¿Una epidemia, una guerra, una boda?: Función benéfica
¿Una epidemia, una guerra, una boda?: Función benéfica
El Teatro Real fue durante 75 años (1850-1925) el mayor local de reunión social de Madrid. Escaparate propicio, por lo tanto, para que la sociedad, los artistas o los políticos hicieran gala de sus virtudes solidarias o, como se decía entonces, caritativas. Las fórmulas actuales de recaudar dinero para una causa (sorteo de lotería, concierto benéfico) se resolvían entonces dedicando a un fin solidario la recaudación de taquilla de una función cualquiera. No han cambiado los mecanismos, pero sí, y mucho, el lenguaje. 

La primera función benéfica del Teatro Real llega en 1856, a favor de la inclusa que regenta la Junta de Damas de Honor y Mérito. Conviene no olvidar que al frente del Teatro Real se encontraba un empresario privado, que era, junto a los artistas que no cobraban, el que de verdad estaba cediendo el dinero para la causa. Y, por lo tanto, se preocupaba de publicitarlo convenientemente. En 1859 el empresario Bagier da comienzo a su contrato cediendo las ganancias de la primera función de la temporada para ser repartidas entre «los pobres, los coristas y los demás empleados a partes iguales». En 1860, tras la toma de Tetuán y el regreso del ejército, se organiza una función patriótica benéfica para los soldados heridos en la Guerra de África. Se reservan 200 localidades de paraíso para la tropa y un número limitado de butacas para los oficiales.

La sucesión de funciones benéficas, además de aquellas dedicadas a fines solidarios, nos van detallando un rosario de guerras, catástrofes naturales o acontecimientos excepcionales relacionados, generalmente, con la Casa Real. En 1865, en medio de una violenta epidemia de cólera en Madrid, se lleva a cabo en el teatro una función a beneficio de «los coléricos pobres». En 1870 tiene lugar la primera función benéfica para los asilos (de El Pardo y de Aranjuez). Existía el precedente aislado de la función a beneficio de la inclusa, pero, a partir de este momento, se establece una función anual para los asilos (llamada siempre así, en plural, aunque en realidad solo se habilitó un asilo en El pardo; el de Aranjuez no llegó a ver la luz).

Un precedente del lenguaje políticamente correcto; en 1874 hay tres guerras en España: la segunda carlista, la independentista de Cuba y la cantonalista de Cartagena. Los bailes en el teatro, bajo la protección de la duquesa de Medinaceli, se dedican a «favorecer a los heridos de las funestas discordias civiles».

En marzo 1898 tiene lugar una función extraordinaria para recaudar fondos para la adquisición de nuevos buques de guerra. Asiste la Reina. Y se admiten también donativos. Se reúnen 650.000 pesetas, que no llegarían a tiempo para aliviar las derrotas de la marina de guerra española en Filipinas y en Cuba unos meses después.

Pero no todo eran tragedias. La primera función a beneficio de la Asociación de la Prensa tiene lugar en 1895 con asistencia de los reyes: «Algunos periodistas se han vestido de frailes y han actuado de mimos en la grandiosa escena de la bendición de los puñales de Gli ugonotti». Con motivo de la boda de Alfonso XII con María Cristina de Austria se contrata al tenor más aclamado de la historia, Julián Gayarre, para que cante Los hugonotes. Hoy sería inconcebible, pero en 1879, en esa «función regia» a la que se accedía solo por invitación, la etiqueta prohibía aplaudir.

En 1902, Alfonso XIII es declarado mayor de edad al cumplir 16 años. Se programa la oportuna «función regia» con Don Giovanni, dirigido por Pietro Mascagni. Por supuesto, se accedía solo con invitación. Se recibieron 22.000 peticiones para las dos mil localidades disponibles. Hubo muchas tensiones para poder asistir a una representación que resultó desmañada y fría. Borrel califica de desatino la contratación de Mascagni para la concertación y dirección por su credo verista y por carecer en absoluto de dotes de dirección. La última función de la temporada 1910-1911, con El final de Don Álvaro de Conrado del Campo, es «a beneficio de los músicos que mendigan en las calles de la corte». No queda claro quién y cómo hacía la selección de los posibles beneficiarios.